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SE ABRIÓ LA MANO CERRADA
En Ejercicios Espirituales que di por Radio Nacional de España (Abril, 1955) referí la presente historia, que poco antes yo había conocido. No cité nombres propios para que no fuera identificado el padre del protagonista; pero interesó tanto que me llegaron más de 900 cartas, pidiéndome la hoja en que yo la había impreso. Por eso quiero conservarla en esta collección de los que son generosos con alegría. Es la historia del niño que oprimía un papel en su mano derecha, mientras le llevaban al quirófano para una operación a vida o muerte. Le llamaremos Luis Miguel.
La infancia de Luis Miguel transcurría en un ambiente de alegría, de bienestar, de riqueza.
Nada le faltaba en el lujoso palacete de sus padres, que tenían dos coches, muchos negocios en marcha, mucho dinero en los Bancos.
Pero más que toda esa aristocracia del apellido y del dinero valía el candor y la bondad con que Dios había enriquecido el alma de Luis Miguel.
Era piadoso y muy inteligente, simpático y cariñoso para todos los de casa.
De temperamento equilibrado y con la suficiente capacidad para entusiasmarse con los ideales generosos, penetraba suavemente en su alma y producía buenos frutos la educación que le daba el internado donde sus padres lo habían puesto cuando estaba para comenzar el bachillerato.
Porque sus padres se habían puesto de acuerdo en que estuviese interno…
El chófer comentó con el jardinero: “Así estarán ellos más libres para marcharse a las grandes fiestas de París o a cualquier parte…”. ¿Sería verdad el comentario del chófer?
Luis Miguel en el internado aprendió a comulgar todos los días. ¡Claro que ya sabía comulgar! Pero no sabía qué es comulgar todos los días.
Hoy está en bachillerato. Hoy sabe que hay tentaciones que vienen de los pensamientos de dentro: peligros que vienen de los amigos de fuera; diversiones y espectáculos que pueden llevar al pecado grave… Pero sabe también que la comunión diaria es el secreto de la victoria y el manantial de la perfecta alegría.
Una tarde, hablando con su Padre espiritual, le dijo que sentía gran esfuerzo para vencer las tentaciones con este pensamiento: « Hoy he comulgado, mañana voy a comulgar ».
A los trece años seguía siendo un ángel, como a los once, como a los siete.
Pero a los trece años observó y anotó lo que antes le había resbalado; ¡su padre vivía sin Dios! No iba a Misa los domingos, no comulgaba nunca, no rezaba en casa las pocas veces que la madre tenía tiempo de rezar el Rosario con los niños y las muchachas…
―« ¡Pobre papá ! ―pensaba Luis Miguel―. Al no ir a Misa, hará un pecado mortal cada domingo. ¿Cómo podrá vivir así?.... El Padre espiritual nos decía en el Colegio que hemos de rezar y ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores… ».
Y aquel mismo día, el hijo bueno comenzó la gran batalla por la conversión de su padre.
Escribía en un pequeño papel el obsequio o la mortificación que ofrecía a la Santísima Virgen o al Sagado Corazón de Jesús, y siempre añadía debajo: « por la conversión de papá ».
Y cuando el obsequio estaba cumplido rompía el papel. Era muy celoso de su secreto.
« Rezaré un misterio del Rosario con los brazos en cruz, por la conversión de papá ». « En vea de ir al cine, hoy daré el dinero a los pobres, por la conversión de papá ». « Levantarme temprano mañana, por la conversión de papá ».
La batalla persistía, semana tras semana.
Pero poco antes de terminar el verano, Luis Miguel cayó enfermo. ¿Qué rara era aquella enfermedad! Se quejaba de que le dolía mucho la cabeza y de que siempre tenía mucha sed.
Para las horas molestas o dolorosas de la enfermedad, sus padres que le idolatraban porque aquel hijo se lo merecía, no cesaban de traerle todos los juguetes, libros o entretenimientos que podía apetecer… Él todo lo agradecía; pero no dejaba de manejar un cuadernito en cuyas hojas escribía algo que luego rompía.
Una tarde…
Los doctores habían tenido consulta; había venido el especialista más famoso de la ciudad, y al fin dijeron la última palabra:
―Hay que operar a vida o muerte. ¡Tiene un tumor en el cerebro!
El padre estaba loco de dolor y no sabía qué hacer ni qué decir. La madre tuvo el buen acuerdo de avisar al párroco de la villa marina donde veraneaban. El párroco lo hizo todo muy bien. Dijo al niño que le iban a curar la cabeza y que convendría confesar y comulgar. Luis Miguel recibió los sacramentos sin saber que eran los últimos de su vida. Pero aunque lo hubiera sabido, era igual. Siempre se confesaba con sinceridad y comulgaba piadosamente.
Le habían dejado solo como para que diera gracias después de comulgar; pero es que estaban preparando su traslado a la clínica. Escribió en su cuadernito y arrancó la hoja. La tenía en la mano, cuando entraron en su habitación para llevarle. No le dio tiempo ni de romperla ni de esconderla. La apretó en su mano derecha, esperando que le dejaran solo. Pero le tomaron casi tal como estaba, le pusieron en un coche y… ¡a la mesa de operaciones!
Siempre con su mano derecha bien cerrada, escondiendo el pequeño papel, Luis Miguel llegó al quirófano.
―¿Qué tienes ahí? ¿Me lo dejas ahora? ―le preguntó el cirujano, después de haberle animado, diciéndole que pronto se iba a curar.
―« ¡No! No es nada… Es una cosa mía » ―respondió Luis Miguel, apretando más la mano.
El cirujano supuso que llevaría allí una medalla de la Virgen o cosa parecida, pues sabía que era un niño piadoso, como educado en Colegio de Religiosos desde hacía tres años. Y pensó:
―Ya abrirás la mano, en cuanto te dejemos dormido…
En efecto, acomodado en la mesa de operaciones, Luis Miguel aflojó los dedos cuando hizo su efecto la anestesia total a que fue sometido.
Y comenzó la terrible operación en aquella cabeza de adolescente, donde tantos pensamientos hermosos se habían fraguado.
Mas en cuanto cayó al suelo aquel papelito doblado, lo recogió la enfermera y lo alargó a la Hermana , que estaba a la puerta, atenta por si había que hacer algún encargo.
Ésta había visto cómo caía el papel de la mano del enfermo. Pensó que podría ser alguna nota de índole familiar, y la entregó al padre de Luis Miguel, que estaba en una salita contigua, muy nervioso, a ratos paseando de una pareda otra, a ratos mirando por la ventana, siempre fumando…
Le dio el papel, diciéndole que era cosa del niño, y se marchó la Herman. ¡Dios quería quedarse solo con el hombre!
Y el hombre leyó en aquella letra de Luis Miguel, bien conocida para él:
« Dios mío, te ofrezco mi vida por la conversión de papá ».
Sintió un escalofrío de arriba abajo. Sintió como un ansia de correr a pedir perdón a aquel ángel a quien ahora estaban abriendo la cabeza en el quirófano. Sintió las lágrimas en sus ojos, y cayó de rodillas, y empezó a llorar…
Y a ratos decía:
―¡Perdón, perdón, Dios mío…!
Pasó más de una hora. Se levantó; paseó…
Pero cuando luego se le presentó el capellán de la clínica, para decirle que los médicos daban pocas esperanzas, que el tumor estaba muy esparcido por el cerebro, que sería muy difícil un buen resultado, exclamó el dolorido caballero:
―No me diga más, Padre. ¡Mi hijo se muere! ¡Mi pobre ángel…! Mire usted…
Y le mostró el papel.
El Capellán lleyó las sublimes palabras:
« Dios mío, te ofrezco mi vida por la conversión de papá ».
Y no se atrevía a decir nada al padre de Luis Miguel.
Pero fue éste quien rompió el silencio:
―Padre… soy muy malo… Pero… ¡mi hijo ha triunfado! Quiero confesarme ahora mismo con usted.
Y se arrodilló ante el sacerdote.
Poco después, moría Luis Miguel.
Había sido eficaz el sacrificio de una vida inocente, ofrecida por la conversión de un pecador.
* * *
FUENTE:
● © P. José-Julio Martínez, SJ, Éstos dan con alegría , Editorial del Apostolado de la Oración – EDAPOR (Madrid, 1983 [Colección M.E.J. # 12]. ISBN: 84-85662-28-8), pgs. 218 – 222.
Base de Datos de Editoriales de la Agencia Española del ISBN (Número Estándar Internacioanl del Libro – Internatioanl Standard Book Number) de la SubdirecciónGeneral de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas, Ministerio de Cultura del Gobierno de España:
Copias del libro referido están disponibles a través de Mundo del Libro – El sitio de los libros antiguos: http://www.mundodellibro.com/libros/estos-dan-con-alegria-narraciones-historicas_martinez-josejulio-ilustraciones-de-pripalmar_L0058q90iv40.html
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