50mo Congreso Eucarístico Internacional, Dublín, Irlanda del 10 al 17 Junio 2012

sábado, 25 de junio de 2011

CORPUS CHRISTI: Una Procesión relanzada en Roma por Juan Pablo II

El Papa Benedicto XVI presidió la misa y la procesión eucarística

ROMA, viernes 24 de junio de 2011 (ZENIT.org) – Con ocasión de la fiesta del Santísimo Sacramento, ayer jueves 23 de junio, Benedicto XVI presidió la misa, en el atrio de su catedral, la basílica de San Juan de Letrán. Después presidió la procesión eucarística a lo largo de la Via Merulana hasta Santa María la Mayor. Una procesión relanzada en Roma por Juan Pablo II.

La tradición de esta procesión en el corazón de Roma fue retomada por Juan Pablo II en 1979.

En Roma, fue a finales del siglo XV, bajo Nicolás V, cuando empezó a celebrarse la fiesta del Santo Sacramento o “Corpus Christi” con una procesión desde San Juan de Letrán a Santa María la Mayor.

Pero la actual via Merulana no fue practicable hasta 1575, fecha de la conclusión de los trabajos queridos por Gregorio XIII. La tradición se mantuvo durante tres siglos. Pero desde 1870, año de la toma de Roma, la tradición cayó en el olvido.

La procesión reunió en torno al Papa y a la Eucaristía, el jueves por la noche, a la luz de las antorchas, a los caballeros del Santo Sepulcro, las confraternidades y asociaciones, sobre todo las eucarísticas, las religiosas y mujeres consagradas, niños de la primera comunión, seminaristas, religiosos, sacerdotes, obispos y numerosos fieles de la diócesis de Roma y de diferentes partes del mundo, especialmente los peregrinos presentes en la audiencia general del miércoles por la mañana.

Pudieron seguir la celebración a través de pantallas gigantes tanto en el interior del patio del palacio de Letrán como en la plaza de San Juan.

El vicario del papa para Roma, cardenal Agostino Vallini, vio en estas celebraciones “un importante testimonio de fe y de unidad de la comunidad eclesial de Roma reunida en torno a su obispo, el papa Benedicto XVI”. Invitó a toda la diócesis a hacerse “peregrinos en seguimiento del resucitado” para manifestar “la belleza y la alegría de la fe en Cristo”.

La institución del Corpus Christi se debe en gran parte a una religiosa de Bélgica cuyo confesor llegó a ser papa: santa Juliana de Mont-Cornillon (1192-1258). La procesión de Letrán a Santa María la Mayor data del siglo XV.

Hay que señalar que la fiesta del Corpus Domini, del “Santo sacramento” o Corpus Christi se ha mantenido en el Vaticano en su lugar original, el jueves después de la octava de Pentecostés, a pesar de que numerosas diócesis, se ha trasladado al domingo siguiente por razones pastorales.

La celebración eucarística es seguida en Roma, tradicionalmente, por la procesión bajo los plataneros de la Vía Merulana, la gran arteria que une San Juan de Letrán con Santa María la Mayor.

Cada año, miles de peregrinos de Roma y del mundo acuden a participar a esta manifestación pública de fe eucarística a la que el Papa ha invitado a los fieles en estos días.

Urbano IV instituyó la fiesta del Corpus Domini mediante la bula Transiturus de hoc mundo, y confió entonces a santo Tomás de Aquino la redacción de textos litúrgicos para esta solemnidad, que fue fijada el jueves después de la octava de Pentecostés. La fiesta fue confirmada por el papa Clemente V en 1314.

Pero anteriormente, el papa Urbano IV había sido, en Bélgica, el confesor de santa Juliana de Mont Cornillon: es a ella a quien hay que atribuir el mérito de haber pedido al papa la institución de esta fiesta.

Huérfana, había sido recogida, a la edad de cinco años, con su hermana Inés, un año mayor que ella, por las agustinas de Mont-Cornillon, cerca de Lieja. Como las religiosas se dedicaban a cuidar leprosos, ellas fueron alojadas al principio en una granja. Pero a los catorce años, Juliana fue admitida entre las monjas.

Una visión, con la que ella fue favorecida dos años más tarde, está en el origen de sus esfuerzos por hacer instituir el Corpus Christi en honor del Santo Sacramento.

Sin embargo, al convertirse en priora, Juliana se encontró con crueles incomprensiones: fue tratada de falsa visionaria. Sus visiones, y su interpretación rigurosa de la regla agustiniana, provocaron su expulsión por dos veces del monasterio.

La primera vez, el obispo la volvió a llamar. La segunda, en 1248, se refugió en Namur, en un monasterio cisterciense, antes de abrazar la vida de eremita reclusa, en Fosses.

La abadía cisterciense de Villers, entre Bruselas y Namur, le ofreció sepultura, por ello la iconografía la representa vestida con el hábito de los cistercienses.

Mientras tanto, transmitido por la beata Eva de Lieja (+ v. 1266), sus esfuerzos no fueron en vanos, pues la fiesta del Santo Sacramento fue introducida en la diócesis. Y fue extendida a toda la Iglesia por Urbano IV, seis años después de su muerte. Fue él quien celebró el primer Corpus en Orvieto, con gran solemnidad.

La solemnidad del Corpus Domini se remonta en efecto a 1264, cuando se acogieron las devociones eucarísticas nacidas en los siglos XII y XIII, en reacción contra las dostrinas que negaban la presencia real de Cristo en el pan y el vino consagrados.

A esta época se remonta también el “milagro de Bolsena”, ciudad junto al lago que lleva su nombre, en el Lacio, al norte de Roma. Un sacerdote de Bohemia, Pedro de Praga, dudó de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, mientras celebraba la misa: vio entonces gotas de sangre manar de la hostia, manchando el lienzo del altar y la piedra. Informado del hecho, el papa pidió que se le remitieran los lienzos sagrados y se desplazó él mismo a recibirlos, acompañado por toda la corte pontificia.

Los acontecimientos se relatan en los frescos de la catedral de Orvieto. Gran parte de las reliquias se conservan allí: la hostia, el corporal y los purificadores de lino.

En Bolsena se puede ver aún el altar del milagro en la basílica de Santa Cristina, así como las piedras manchadas de sangre.

Por Anita S. Bourdin

FUENTE:
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FÊTE DU SAINT-SACREMENT : UNE PROCESSION RELANCÉE À ROME PAR JEAN-PAUL II

Benoît XVI préside la messe et la procession eucharistique

ROME, Jeudi 23 juin 2011 (ZENIT.org) – A l’occasion de la fête du Saint-Sacrement, ce jeudi 23 juin, Benoît XVI a présidé la messe, à 19h, sur le parvis de sa cathédrale, la basilique Saint-Jean-du-Latran. Il a ensuite présidé la procession eucharistique tout au long de la Via Merulana, jusqu’à Sainte-Marie Majeure.Une procession relancée à Rome par Jean-Paul II.

La tradition de cette procession au cœur de Rome a été reprise par Jean-Paul II en 1979.

A Rome, c'est à la fin du XVe siècle, sous Nicolas V, que l'on commença à célébrer la fête du Saint-Sacrement ou « Fête-Dieu » par une procession de Saint-Jean-du-Latran à Sainte-Marie-Majeure.

Mais l'actuelle via Merulana ne fut praticable qu'à partir de 1575, date de la fin des travaux voulus par Grégoire XIII. La tradition s'est ensuite maintenue pendant trois siècles. Mais en 1870, année de la prise de Rome, l'usage est tombé dans l'oubli.

La procession a rassemblé autour du pape et de l’eucharistie ce jeudi soir, à la lumière des flambeaux, les chevaliers du Saint-Sépulcre, les confraternités et associations, notamment eucharistiques, les religieuses et femmes consacrées, des enfants de la première communion, séminaristes, religieux, prêtres, évêques et archevêques, de nombreux fidèles du diocèse de Rome et de différentes parties du monde, notamment les pèlerins présents à l’audience générale de mercredi matin.

Ils avaient pu suivre la célébration sur écran géant aussi à l’intérieur de la cour du palais du Latran et sur la place Saint-Jean.

Le vicaire du pape pour Rome, le cardinal Agostino Vallini, voit dans ces célébrations « un important témoignage de foi et d’unité de la communauté ecclésiale de Rome rassemblée autour de son évêque, le pape Benoît XVI ». Il a invité tout le diocèse à se faire « pèlerins à la suite du ressuscité » pour manifester « la beauté et la joie de la foi dans le Christ ».

L'institution de la fête-Dieu est largement due à une religieuse de Belgique dont le confesseur allait devenir pape : sainte Julienne de Mont-Cornillon (1192-1258). La procession du Latran à Sainte-Marie Majeure date, elle du XVe siècle.

Notons que la fête du « Corpus Domini », du « Saint-sacrement » ou « Fête-Dieu » est maintenue au Vatican à sa place originelle, le jeudi après l'octave de la Pentecôte, tandis que dans de nombreux diocèses, elle est reportée au dimanche suivant pour des raisons pastorales.

La célébration eucharistique est traditionnellement suivie à Rome de la procession sous les platanes de la rue Merulana, cette grande artère qui relie Saint-Jean du Latran à Sainte-Marie-Majeure.

Chaque année, des milliers de pèlerins de Rome et du monde viennent participer à cette manifestation publique de foi eucharistique à laquelle le pape a invité les fidèles ces derniers jours.

Urbain IV institua la fête du Corpus Domini par la bulle Transiturus de hoc mundo et confia alors à saint Thomas d'Aquin la rédaction de textes liturgiques pour cette solennité, qu'il fixait au jeudi après l'octave de la Pentecôte. La fête fut ensuite confirmée par le pape Clément V en 1314.

Mais en amont, le pape Urbain IV avait été, en Belgique, le confesseur de sainte Julienne de Mont Cornillon : c'est à elle que revient le mérite d'avoir demandé au pape l'institution de cette fête.

Orpheline, elle avait été recueillie à l'âge de cinq ans, avec sa sœur Agnès, d'un an son aînée, par les Augustines du Mont-Cornillon, près de Liège. Comme les religieuses soignaient les lépreux, elles vécurent d'abord en retrait, à la ferme. Mais à quatorze ans, Julienne fut admise parmi les sœurs.

Une vision, dont elle fut favorisée deux ans plus tard, est à l'origine de ses efforts pour faire instituer la Fête-Dieu en l'honneur du Saint-Sacrement.



Cependant, devenue prieure, Julienne se heurtait à de cruelles incompréhensions : on la traitait de fausse visionnaire. Ses visions, et son interprétation rigoureuse de la règle augustinienne, la firent chasser deux fois du monastère.

La première fois, l'évêque la rappela. La seconde, en 1248, elle se réfugia dans le Namurois, auprès d'un monastère cistercien, avant d'embrasser la vie d'ermite recluse, à Fosses.

L'abbaye cistercienne de Villers, entre Bruxelles et Namur, lui offrit une sépulture, aussi l'iconographie la représente-t-elle parfois revêtue de l'habit des Cisterciennes.

Cependant, relayés par la bienheureuse Eve de Liège (+ v. 1266), ses efforts ne furent pas vains, car la fête du Saint-Sacrement fut introduite dans son diocèse. Et elle allait être étendue à toute l'Eglise par Urbain IV, six ans après sa mort. C'est lui qui a célébré la première fête solennelle à Orvieto, avec une grande solennité.

La solennité du « Corpus Domini » remonte en effet à 1264, lorsque, accueillant les dévotions eucharistiques nées aux XIIe et XIIIe siècles, en réaction contre les doctrines niant la présence réelle du Christ dans le pain et le vin consacrés.

C'est aussi à cette époque que remonte le « miracle de Bolsena », ville du bord du lac qui porte son nom, dans le Latium, au nord de Rome. Un prêtre de Bohème, Pierre de Prague, vint à douter de la présence réelle du Christ dans l'Eucharistie, alors qu'il célébrait la messe : il vit alors des gouttes de sang couler de l'hostie, tachant le linge d'autel, et la pierre. Informé du fait, le pape demanda qu'on lui remette les linges sacrés et il fit lui-même le déplacement pour les recevoir, accompagné de toute la cour pontificale.

Les événements sont relatés par les fresques de la cathédrale d'Orvieto. Une grande partie des reliques y sont conservées : l'hostie, le corporal et les purificatoires de lin.

A Bolsena, on peut encore voir l'autel du miracle dans la basilique Sainte-Christine, ainsi que quatre pierres tachées de sang.

Anita S. Bourdin

SOURCE :
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BENEDIKT XVI.: BLEIBE BEI UNS, DENN ES WILL ABEND WERDEN

Predigt am Fronleichnamsfest in der Lateranbasilika

ROM, 24. Juni 2011 (ZENIT.org). – Das Fronleichnamsfest sei untrennbar mit Gründonnerstag, der Einsetzung der Eucharistie, verbunden. So begann Papst Benedikt seine Predigt am Donnerstagabend in der Lateranbasilika, wo der Bischof von Rom die feierliche heilige Messe zelebrierte.
Wir veröffentlichen die Ansprache in einer eigenen deutschen Übersetzung:
Liebe Brüder und Schwestern!
Das Fronleichnamsfest ist untrennbar mit Gründonnerstag, der feierlichen Einsetzung der Eucharistie im Abendmahlssaal, verbunden. Während am Abend des Gründonnerstags das Geheimnis Christi, begangen wird, der sich für uns im gebrochenen Brot opfert und im Wein schenkt, wird das Volk Gottes heute, am Gedenktag des Hochfestes des Leibes und Blutes Christi, zur Anbetung und zur Meditation eingeladen. Das Allerheiligste Sakrament wird in Prozessionen durch die Straßen der Städte und Dörfer getragen um zu zeigen, dass der auferstandene Christus mitten unter uns ist und uns zum Himmelreich führt. Das, was Jesus uns in der Intimität des Abendmahlssaals geschenkt hat, zeigen wir heute öffentlich, weil die Liebe Christi nicht für einige reserviert, sondern für alle bestimmt ist. Bei der Abendmahlsfeier am vergangenen Gründonnerstag habe ich unterstrichen, dass in der Eucharistie die Wandlung der Gaben dieser Welt – Brot und Wein – die Umgestaltung unseres Lebens zum Ziel hat und damit eine Erneuerung der Welt begründet wird. An diesem Abend möchte ich diesen Aspekt weiterführen.
Man könnte sagen, dass Christus beim Letzten Abendmahl, am Abend vor seinem Leiden, Gott von ganzem Herzen gedankt und gelobt hat. So hat er mit der Kraft seiner Liebe den Sinn des Todes, dem er entgegenging, umgestaltet. Die Tatsache, dass das Altarssakrament den Namen „Eucharistie“ – „Danksagung“ - erhalten hat, drückt dieses aus: Die Verwandlung der Substanz des Brotes und des Weines in den Leib und das Blut Christi ist die Frucht des Geschenkes, das Christus mit sich selbst gegeben hat. Es ist ein Geschenk der Liebe, die größer ist als der Tod, eine göttliche Liebe, die ihn von den Toten hat auferstehen lassen. Daher ist die Eucharistie Nahrung für das ewige Leben, Brot des Lebens. Aus dem Herzen Christi, aus seinem „Eucharistischen Gebet“ am Abend vor seinem Leiden, geht diese Dynamik hervor, die die Realität in seiner kosmischen, menschlichen und historischen Dimension umgestaltet. Alles geschieht durch Gott, durch die Allmacht seiner Liebe innerhalb der Dreifaltigkeit, Mensch geworden in Jesus. In dieser Liebe ist das Herz Christi eingetaucht. Weil er, auch in Verrat und Gewalt, Gott zu danken und zu loben weiß, werden sich auf diese Weise die Dinge, die Personen und die Welt verändern.
Diese Umgestaltung ist möglich dank einer Gemeinschaft, die größer ist als alle Trennung, die Gemeinschaft mit Gott selbst. Das Wort „Kommunion“, das wir auch für die Eucharistie benutzen, schließt in sich die vertikale und horizontale Dimension des Geschenkes Christi ein. Den Augenblick, in dem wir das eucharistische Brot essen, als „die Kommunion empfangen“ zu bezeichnen, ist schön und äußerst vielsagend. Tatsächlich, wenn wir dies tun, treten wir in die Gemeinschaft des Lebens mit Jesu selbst ein, in die Dynamik dieses Lebens, das sich an uns und für uns hingegeben hat. Von Gott her, durch Jesus, bis hin zu uns: Es ist eine einzige Gemeinschaft, die durch die heilige Eucharistie vermittelt wird. Wir haben es vor kurzem in der zweiten Lesung gehört, in den Worten des heiligen Paulus an die Christen von Korinth: „Ist der Kelch des Segens, über den wir den Segen sprechen, nicht Teilhabe am Blut Christi? Ist das Brot, das wir brechen, nicht Teilhabe am Leib Christi? Ein Brot ist es. Darum sind wir viele ein Leib, denn wir alle haben teil an dem einen Brot“ (1 Kor 10,16-17).
Der heilige Augustinus hilft uns, die Dynamik der eucharistischen Gemeinschaft zu verstehen, indem er auf eine Vision verweist, in der er die Stimme Jesu vernahm: „ Ich bin Speise der Starken; wachse, und du wirst mich genießen. Nicht wirst du mich in dich verwandeln wie die Speise deines Fleisches, sondern wirst verwandelt werden in mich“ (Bekenntnisse VII, 10,18). Während also die Nahrung von unserem Organismus aufgenommen wird und zu seiner Erhaltung beiträgt, handelt es sich bei der Eucharistie um ein anderes Brot: Nicht wir sind es, die es assimilieren, sondern es nimmt uns in sich auf, so, dass wir mit Jesus Christus gleichgestaltet werden, Glieder seines Leibes, ganz eins mit ihm. Dieses ist entscheidend. Tatsächlich, weil es in der eucharistischen Gemeinschaft Christus selbst ist, der uns in sich verwandelt, wird bei dieser Begegnung unsere Individualität geöffnet, von seinem Egozentrismus befreit und der Person Jesu eingefügt, der wiederum in der Gemeinschaft der Trinität lebt. Es ist also so, dass die Eucharistie, während sie uns mit Christus vereinigt, uns gleichzeitig für die anderen öffnet, wir alle Glieder des Leibes Christi sind: Wir sind nicht mehr getrennt, sondern eins in Christus. Die eucharistische Gemeinschaft vereinigt mich mit Menschen, die neben mir sind, mit denen, zu welchen ich vielleicht nicht einmal eine gute Beziehung habe, aber auch mit Brüdern und Schwestern, die weit entfernt sind, in allen Teilen der Welt. Von hier, von der Eucharistie, rührt der tiefe Sinn für die soziale Präsenz der Kirche, wie die großen Heiligen der Nächstenliebe bezeugen. Sie waren immer ganz eucharistische Menschen. Wer Christus in der heiligen Hostie erkennt, erkennt ihn im Bruder der leidet, der Hunger und Durst hat, der fremd, nackt, krank oder im Gefängnis ist. Er begegnet jedem Menschen aufmerksam, besonders denjenigen, die in Not sind und setzt sich für sie ein, ganz konkret. Daher kommt unsere besondere christliche Verantwortung für den Aufbau einer solidarischen, gerechten und brüderlichen Gesellschaft von dem Geschenk der Liebe Christi. Besonders in unserer Zeit, wo infolge der Globalisierung der eine vom anderen immer mehr abhängig wird, kann und muss das Christentum zeigen, dass diese Einheit nicht ohne Gott aufgebaut zu werden vermag. Ohne die wahre Liebe würde einer Konfusion, einem Individualismus, einem Kampf des einen über den anderen Raum gegeben werden. Das Evangelium beabsichtigt immer schon die Einheit der Menschheitsfamilie, einer Einheit, die nicht von oben, aufgrund ideologischer oder ökonomischer Interessen, geschaffen wird. Sie geht von der gegenseitigen Verantwortung aus, weil wir erkennen, dass wir alle Glieder eines Leibes sind, des Leibes Christi. Wir haben vom Sakrament des Altares gelernt und lernen immer wieder, was Teilen, Liebe und der Weg der wahren Gerechtigkeit bedeuten.
Kehren wir jetzt zum Ereignis beim Letzten Abendmahl zurück. Was hat sich in diesem Moment zugetragen? Wenn Jesus sagt: Das ist mein Leib, der für euch hingegeben wird, das ist mein Blut, das für euch und für viele vergossen wird, was geschah da? Jesus hat in dieser Geste das Geschehen von Calvaria vorweggenommen. Aus Liebe hat er die ganze Passion mit seinen Schmerzen, mit seiner Gewalttätigkeit bis zum Tod am Kreuz angenommen. Indem er sie auf diese Weise angenommen hat, hat er sie in einen Akt des Schenkens umgeformt. Das ist die Verwandlung, die die Welt braucht, weil es innerlich befreit und für die Dimensionen des Himmelreichs öffnet. Diese Erneuerung der Welt möchte Gott immer auf demselben Weg realisieren, in der Nachfolge Christi, auf diesem Weg, der er selbst ist. Es ist nichts Magisches am Christentum. Da sind keine kürzeren Wege, sondern alles geschieht durch die Demut und Geduld des Weizenkorns, das, um Leben zu geben, gebrochen wird. Das ist die Logik des Glaubens, die mit der Kraft der Sanftmut Gottes Berge versetzen kann. Durch das Sakrament der Eucharistie will Gott diese Kette der Verwandlungen fortführen, um die Menschheit, die Geschichte und den Kosmos zu erneuern. Durch das konsekrierte Brot und Wein, in denen wahrhaftig der Leib und das Blut Christi gegenwärtig sind, verändert uns Christus, nimmt er uns in sich auf: Er nimmt uns mit hinein in sein Werk der Erlösung, wir werden fähig, durch die Gnade des Heiligen Geistes, entsprechend seiner eigenen Logik des sich Schenkens zu leben, wie Weizenkörner, vereint mit ihm und in ihm. So werden Einheit und Frieden in die Furchen der Geschichte gesät und sie reifen heran. Sie erstreben wir, nach dem Entwurf Gottes.
Ohne Illusionen, ohne ideologische Utopien gehen wir auf den Straßen dieser Welt. In uns tragen wir den Leib des Herrn, wie die Jungfrau Maria im Geheimnis der Heimsuchung. In der Demut des Wissens, dass wir einfache Weizenkörner sind, hüten wir die feste Überzeugung, dass die Liebe Gottes, Mensch geworden in Christus, stärker als das Böse, die Gewalt und der Tod ist. Wir wissen, dass Gott allen Menschen einen neuen Himmel und eine neue Erde bereitet, in denen Friede und Gerechtigkeit herrschen – und im Glauben erahnen wir die neue Welt, die unsere wahre Heimat ist. Auch an diesem Abend, an dem die Sonne in unserer geliebten Stadt Rom untergeht, machen wir uns auf den Weg: Mit uns ist Jesus in der Eucharistie, der Auferstandene, der gesagt hat; „Ich bin bei euch alle Tage bis zum Ende der Welt“ (Mt 28,20). Danke, Herr Jesus! Danke für deine Treue, die unsere Hoffnung ist. Bleibe bei uns, denn es will Abend werden. „Guter Hirte, wahres Brot, o Jesus, hab` Erbarmen mit uns; nähre uns, verteidige uns, führe uns zu den ewigen Gütern, im Land der Lebenden!“ Amen.

[Übersetzung aus dem Italienischen von Mag. Maria Raphaela Hölscher]

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