50mo Congreso Eucarístico Internacional, Dublín, Irlanda del 10 al 17 Junio 2012

viernes, 1 de julio de 2011

Consagración de los Jóvenes del mundo al Sagrado Corazón de Jesús



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EL PAPA
BENEDICTO XVI
CONSAGRARA
A LOS JOVENES
AL
SAGRADO CORAZON
DE JESÚS

La consagración quiere acercar a Cristo a todos los jóvenes del mundo

Madrid, 29 de junio de 2011.- Los jóvenes serán consagrados al Sagrado Corazón de Jesús durante la Vigilia del sábado 20 de agosto por la noche que se celebrará en el aeródromo de Cuatro Vientos.

Con este acto se quiere ayudar a que se cumpla el objetivo de cada Jornada Mundial de la Juventud: que los jóvenes se acerquen a Cristo. De cara a la preparación para este acontecimiento se ha propuesto una catequesis [1] que ahonda en los aspectos y consecuencias de la consagración al Sagrado Corazón de Jesús. Esta catequesis también anima a prepararse especialmente durante el 1 de julio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

La catequesis está basada en el mensaje que Benedicto XVI ha escrito con motivo de la JMJ de Madrid. En ella se destaca que esta consagración es un acto de fe, de esperanza y de amor hacia Cristo.

Al confesar nuestra fe no sólo lo hacemos “desde las verdades que profesamos, sino como fruto de un relación personal con Cristo que se establece desde la confianza en el Amor de su Corazón”. Esto permite estar “arraigados y edificados en Cristo”, tema de la JMJ de Madrid.

En los jóvenes se encuentra la esperanza del futuro de la Iglesia y de la humanidad. Al realizar esta consagración se expresa que “solo Él puede liberar el mundo del mal y hacer crecer el Reino de la Justicia, la paz y el Amor al que todos aspiramos”.

Por último, la consagración es un acto de amor ya que –a imagen del apóstol Tomás– “al consagrarnos ‘tocamos a Jesús’, renovando la gracia de nuestro bautismo con la que fuimos introducidos de lleno en ese Amor”.

FUENTE:
 ● © 2010-2011 · Comité organizador de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011 Arzobispado de Madrid.



[1] Catequesis 9 - CONSAGRACIÓN DE LOS JÓVENES AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

El fin de esta catequesis es ayudar a los jóvenes a preparar la CONSAGRACIÓN DE LA JUVENTUD DEL MUNDO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS que realizará el Santo Padre Benedicto XVI en la próxima Jornada Mundial de la Juventud.  

Consta de tres partes. La primera: Nos acercamos al Mensaje del Papa para la JMJ desde la perspectiva del Corazón de Jesús. La segunda: Hacemos un breve recorrido sobre la historia de la devoción al Corazón de Jesús. Y por último explicamos el sentido de la Consagración de la Juventud del Mundo al Corazón de Jesús.

I.- “DEL CORAZÓN DEL HOMBRE AL CORAZÓN DE DIOS”
1.- Si nos adentramos en las profundidades de nuestro corazón, todos encontramos el mismo deseo: queremos ser felices. Pero, ¿dónde y cómo puedo encontrar la felicidad?, nos preguntamos. La experiencia nos dice que la felicidad del hombre sólo se encuentra en la medida en la que su ansia de infinito es saciada. Dice el Papa en su mensaje: “El hombre está creado para lo que es grande, para el infinito” (Benedicto XVI, Mensaje para la JMJ 2011 Madrid).

Debemos dar un paso más. Ese deseo de infinito para el hombre se identifica con el deseo de ser amado por un Amor que no tiene límites. La respuesta a este interrogante nos la da la misma revelación de Dios: “Dios es Amor”. Dios se nos ha manifestado precisamente como el Amor infinito, eterno, personal y misericordioso que responde de un modo pleno a las ansias de felicidad que hay en el corazón de todo hombre.  Por esta razón nos dice el Papa: “Dios es la fuente de la vida, eliminarlo equivale a separarse de esta fuente, e inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: « sin el Creador la criatura se diluye » (Con. Ecum. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, 36 )” (Mensaje JMJ). Esto podemos verlo en las múltiples experiencias e intentos que han habido y hay en nuestra sociedad de construir un “paraíso en la tierra” al margen de Dios. 

2.- El problema del corazón del hombre se resuelve sólo definitivamente en el encuentro con el Corazón de Dios. Al respecto, dice S. Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. La inquietud de la que habla el santo de Hipona se refiere a la dificultad para “alcanzar” el Amor como consecuencia de nuestra condición de criaturas; somos finitos y, más aún, somos pecadores. Una y otra vez tropezamos con la piedra de nuestro egoísmo, del desorden de nuestras pasiones que nos impiden alcanzar ese Amor. El corazón del hombre “necesitaba” de un Corazón que estuviera a su “nivel” y que por otro lado fuera omnipotente para sacarlo de su finitud y de su pecado. En Jesucristo Dios ha salido al encuentro del hombre y nos ha amado “con corazón humano”. En el encuentro del corazón del hombre con el Corazón de Jesús se ha realizado el misterio de la Redención: "Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno" (Benedicto XVI, Ángelus 1 de Junio de 2008).

3.- La revelación definitiva de ese Amor se nos ha dado en la Cruz. El amor que Dios nos tiene ha llegado al “limite” en la entrega de su vida. El Corazón abierto de Jesús en la Cruz como consecuencia de la lanzada del soldado es la mayor expresión de cuánto y cómo nos ama Dios. Dice el Papa en su mensaje: “Del Corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina” (Mensaje JMJ). Así, en la Cruz, Jesús transforma nuestro “corazón de piedra” herido por el pecado, en un “corazón de carne”, como el suyo: nos da su amor y a su vez nos hace capaces de amar con su mismo amor. 

4.- Del Corazón de Jesús, vivo y resucitado, brota la fuente en la que el hombre debe beber para saciar su sed infinita de amar y ser amado. Es, por tanto,  en este encuentro personal «de corazón a Corazón» donde el hombre vive “arraigado y edificado en Cristo, firme en la fe” (Col. 2, 7). La santidad consiste en entrar de lleno en esta corriente de amor que brota del Corazón de Jesús. “El lema del Cardenal Newman: « de corazón a Corazón » nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios” (Benedicto XVI , Homilía en la Beatificación del Cardenal Newman).

II.-  “HE AQUI ESTE CORAZON QUE TANTO HA AMADO A LOS HOMBRES”.
La Iglesia a lo largo de los siglos ha ido profundizando en el significado del culto al Sagrado Corazón de Jesús. Muchos hombres y mujeres han encontrado en la contemplación de esta imagen del traspasado un camino muy válido para identificarse plenamente con Cristo y alcanzar la meta de la santidad. 

Entre estos santos tenemos que destacar a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), religiosa de la Orden de la Visitación en Paray-le-Monial, a quien Jesús se le manifiesta en la Eucaristía, revelándole el misterio de su Corazón: "He aquí el Corazón que ha amado tanto a los hombres y que no recibe más que ingratitudes y afrentas”.  A lo largo de su vida, Santa Margarita enseñó a amar al Corazón de Jesús, acompañándole en la Eucaristía por medio de la Hora Santa, a consagrarse a Él y a ofrecer pequeños actos de amor en reparación de los pecados. También difundió la práctica de los primeros viernes de mes: confesión y comunión en reparación de los pecados. Fue beatificada en 1864 por el Beato Pío IX y canonizada en 1920 por Benedicto XV. Su fiesta se celebra el 16 de octubre. 

Junto a esta santa tenemos que destacar a San Claudio de la Colombiere S.J. (1641-1682). Fue el director espiritual de Sta Margarita Mª. Será el encargado de propagar el mensaje del amor del Corazón de Cristo por los lugares más lejanos. Gracias a él, la orden religiosa de los jesuitas acometió la tarea de la propagación de la devoción al Corazón de Jesús.

El eco de estas revelaciones en la vida de la Iglesia fue tan grande que el Beato Pío IX el año 1856 proclamó para toda la Iglesia la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y el año 1899 el Papa León XIII consagró al Género Humano al Sagrado Corazón. Centenares de congregaciones religiosas dedicadas a la educación de los jóvenes, la asistencia a los ancianos y enfermos, las misiones, nacieron en este tiempo inspiradas en la espiritualidad del Corazón de Jesús. A lo largo del siglo XX los Pontífices han invitado continuamente a acudir al Sagrado Corazón como “el principal indicador y símbolo del amor con el que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres” (Pío XII, Enc. “Haurietis Aquas” ).  

La contemplación del Corazón de Jesús hoy fecunda la Iglesia con nuevos caminos de santidad y se presenta para los hombres de nuestro tiempo, necesitados de la misericordia divina, como un anuncio de esperanza para que “sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se establezca la civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo” (Juan Pablo II, Mensaje al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Peter Hans Kolvenbach, 5 de Octubre de 1986).

III.-  CONSAGRARSE AL CORAZON DE JESUS PARA PERMANECER “ARRAIGADOS Y EDIFICADOS EN CRISTO Y FIRMES EN LA FE (COL. 2, 7)
La Consagración al Corazón de Jesús es un acto con el que los Jóvenes del Mundo presididos por el Santo Padre queremos dirigir nuestra mirada confiada a Jesucristo, para ayudarnos a vivir “arraigados y edificados en Cristo y firmes en la fe” (Col. 2, 7).

Se trata de revivir en nosotros  la experiencia del discípulo amado que contemplando el Corazón abierto de Jesús en la Cruz, cree en su amor y se convierte en su testigo. “El que lo vio da testimonio” (Jn. 19, 35). 

Es, por tanto, un acto de fe. Al consagrarnos al Corazón de Jesús el Santo Padre nos invita a confesar nuestra fe:  “Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión soportó nuestro sufrimientos, cargó con nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos reconcilió con el Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna” (Mensaje JMJ). Esta confesión la hacemos no sólo desde el conocimiento de las verdades que profesamos, sino como fruto de una relación personal con Cristo que se establece desde la confianza en el Amor de su Corazón. Además, esta confesión de fe, la realizamos unidos al Papa, a los obispos y pastores de la Iglesia, significando que nuestra “fe personal en Cristo, está vinculada a la fe de la Iglesia(Mensaje JMJ). Es en el “corazón de la Iglesia donde podemos experimentar el latido del Corazón de Cristo. 

Es en segundo lugar un acto de esperanza. No sólo nos consagramos cada uno a su Corazón, sino que el Papa nos confía a “todos los jóvenes del mundo” al Sagrado Corazón de Jesús. En los jóvenes del presente se encuentra la esperanza del futuro de la Iglesia y de la humanidad. Con esta consagración, los jóvenes, expresamos con el Papa que “sin Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Que sólo Él puede liberar el mundo del mal y hacer crecer el Reino de la Justicia, la paz y el Amor al que todos aspiramos” (Mensaje JMJ). Unidos en un “sólo Corazón”, pedimos con toda la Iglesia, “Ven Señor Jesús”,  ayúdanos a los jóvenes del Tercer Milenio a ser artífices de la Civilización del Amor que se construye “cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz” (Mensaje JMJ). 

Por último la consagración es un acto de amor. Los jóvenes del tercer Milenio como el apóstol Tomás queremos “tocar a Jesús, metiendo la mano en las señales de su Pasión, las señales de su Amor” (Mensaje JMJ). Al consagrarnos “tocamos a Jesús”, renovando la gracia de nuestro bautismo con la que fuimos introducidos de lleno en ese Amor. Se afianza en nosotros el deseo de beber constantemente en las fuentes de donde brota la vida divina que son los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y el Sacramento del Perdón. Y por último nos introducimos en su mirada misericordiosa para poder estar siempre cerca de los más pobres y enfermos, siendo para ellos manifestación palpable del Amor de Dios. 

A imitación del discípulo amado nosotros también somos invitados a “acoger a María en nuestra casa”. La consagración al Corazón de Jesús la realizamos teniendo a la Virgen como especial intercesora y medianera. Ella que “acogió con fe la palabra de Dios” nos enseña a creer en el Amor, a confiarnos a Él y a ser sus testigos entre nuestros hermanos los hombres. 

FUENTE:
● © 2010-2011 · Comité organizador de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011 Arzobispado de Madrid.



[2] MENSAJE PARA LA XXVI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD DE 2011 – MADRID, ESPAÑA
"ARRAIGADOS Y EDIFICADOS EN CRISTO, FIRMES EN LA FE" (cf. Col 2, 7)

Queridos amigos

Pienso con frecuencia en la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney, en el 2008. Allí vivimos una gran fiesta de la fe, en la que el Espíritu de Dios actuó con fuerza, creando una intensa comunión entre los participantes, venidos de todas las partes del mundo. Aquel encuentro, como los precedentes, ha dado frutos abundantes en la vida de muchos jóvenes y de toda la Iglesia. Nuestra mirada se dirige ahora a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid, en el mes de agosto de 2011. Ya en 1989, algunos meses antes de la histórica caída del Muro de Berlín, la peregrinación de los jóvenes hizo un alto en España, en Santiago de Compostela. Ahora, en un momento en que Europa tiene que volver a encontrar sus raíces cristianas, hemos fijado nuestro encuentro en Madrid, con el lema: « Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe » (cf. Col 2, 7). Os invito a este evento tan importante para la Iglesia en Europa y para la Iglesia universal. Además, quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia, que puede ser decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de nosotros.

1. EN LAS FUENTES DE VUESTRAS ASPIRACIONES MÁS GRANDES
En cada época, también en nuestros días, numerosos jóvenes sienten el profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y la solidaridad. Muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz. Al recordar mi juventud, veo que, en realidad, la estabilidad y la seguridad no son las cuestiones que más ocupan la mente de los jóvenes. Sí, la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande. Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza. Ciertamente, eso dependía también de nuestra situación. Durante la dictadura nacionalsocialista y la guerra, estuvimos, por así decir, "encerrados" por el poder dominante. Por ello, queríamos salir afuera para entrar en la abundancia de las posibilidades del ser hombre. Pero creo que, en cierto sentido, este impulso de ir más allá de lo habitual está en cada generación. Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su "huella". Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: « sin el Creador la criatura se diluye » (Con. Ecum. Vaticano. II, Const. Gaudium et Spes, 36). La cultura actual, en algunas partes del mundo, sobre todo en Occidente, tiende a excluir a Dios, o a considerar la fe como un hecho privado, sin ninguna relevancia en la vida social. Aunque el conjunto de los valores, que son el fundamento de la sociedad, provenga del Evangelio -como el sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo y de la familia-, se constata una especie de "eclipse de Dios", una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza.

Por este motivo, queridos amigos, os invito a intensificar vuestro camino de fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Vosotros sois el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Como escribía el apóstol Pablo a los cristianos de la ciudad de Colosas, es vital tener raíces y bases sólidas. Esto es verdad, especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros. El relativismo que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento. Vosotros, jóvenes, tenéis el derecho de recibir de las generaciones que os preceden puntos firmes para hacer vuestras opciones y construir vuestra vida, del mismo modo que una planta pequeña necesita un apoyo sólido hasta que crezcan sus raíces, para convertirse en un árbol robusto, capaz de dar fruto.

2. ARRAIGADOS Y EDIFICADOS EN CRISTO
Para poner de relieve la importancia de la fe en la vida de los creyentes, quisiera detenerme en tres términos que san Pablo utiliza en: « Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe » (cf. Col 2, 7). Aquí podemos distinguir tres imágenes: "arraigado" evoca el árbol y las raíces que lo alimentan; "edificado" se refiere a la construcción; "firme" alude al crecimiento de la fuerza física o moral. Se trata de imágenes muy elocuentes. Antes de comentarlas, hay que señalar que en el texto original las tres expresiones, desde el punto de vista gramatical, están en pasivo: quiere decir, que es Cristo mismo quien toma la iniciativa de arraigar, edificar y hacer firmes a los creyentes.

La primera imagen es la del árbol, firmemente plantado en el suelo por medio de las raíces, que le dan estabilidad y alimento. Sin las raíces, sería llevado por el viento, y moriría. ¿Cuáles son nuestras raíces? Naturalmente, los padres, la familia y la cultura de nuestro país son un componente muy importante de nuestra identidad. La Biblia nos muestra otra más. El profeta Jeremías escribe: « Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto » (Jer 17, 7-8). Echar raíces, para el profeta, significa volver a poner su confianza en Dios. De Él viene nuestra vida; sin Él no podríamos vivir de verdad. « Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo » (1 Jn 5,11). Jesús mismo se presenta como nuestra vida (cf. Jn 14, 6). Por ello, la fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo. El encuentro con el Hijo de Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Existe un momento en la juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle? Es una fase fundamental que puede turbar el ánimo, a veces durante mucho tiempo. Se piensa cuál será nuestro trabajo, las relaciones sociales que hay que establecer, qué afectos hay que desarrollar. En este contexto, vuelvo a pensar en mi juventud. En cierto modo, muy pronto tomé conciencia de que el Señor me quería sacerdote. Pero más adelante, después de la guerra, cuando en el seminario y en la universidad me dirigía hacia esa meta, tuve que reconquistar esa certeza. Tuve que preguntarme: ¿es éste de verdad mi camino? ¿Es de verdad la voluntad del Señor para mí? ¿Seré capaz de permanecerle fiel y estar totalmente a disposición de Él, a su servicio? Una decisión así también causa sufrimiento. No puede ser de otro modo. Pero después tuve la certeza: ¡así está bien! Sí, el Señor me quiere, por ello me dará también la fuerza. Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo. No cuenta la realización de mis propios deseos, sino su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica.

Como las raíces del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra, así los cimientos dan a la casa una estabilidad perdurable. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), así como una casa está construida sobre los cimientos. En la historia sagrada tenemos numerosos ejemplos de santos que han edificado su vida sobre la Palabra de Dios. El primero Abrahán. Nuestro padre en la fe obedeció a Dios, que le pedía dejar la casa paterna para encaminarse a un país desconocido. « Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber. Y en otro pasaje se le llama "amigo de Dios" » (St 2, 23). Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus discípulos: « ¿Por qué me llamáis: "¡Señor, Señor!", y no hacéis lo que digo? » (Lc 6, 46). Y recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: « El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra. se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida » (Lc 6, 47-48).

Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que "cavó y ahondó". Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino. Acoged con gratitud este don espiritual que habéis recibido de vuestras familias y esforzaos por responder con responsabilidad a la llamada de Dios, convirtiéndoos en adultos en la fe. No creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra vida. Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra.

3. FIRMES EN LA FE
Estad
« arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe » (cf. Col 2, 7). La carta de la cual está tomada esta invitación, fue escrita por san Pablo para responder a una necesidad concreta de los cristianos de la ciudad de Colosas. Aquella comunidad, de hecho, estaba amenazada por la influencia de ciertas tendencias culturales de la época, que apartaban a los fieles del Evangelio. Nuestro contexto cultural, queridos jóvenes, tiene numerosas analogías con el de los colosenses de entonces. En efecto, hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentando crear un "paraíso" sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un "infierno", donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio, cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor, donde cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos que esto conlleva. Hay cristianos que se dejan seducir por el modo de pensar laicista, o son atraídos por corrientes religiosas que les alejan de la fe en Jesucristo. Otros, sin dejarse seducir por ellas, sencillamente han dejado que se enfriara su fe, con las inevitables consecuencias negativas en el plano moral.

El apóstol Pablo recuerda a los hermanos, contagiados por las ideas contrarias al Evangelio, el poder de Cristo muerto y resucitado. Este misterio es el fundamento de nuestra vida, el centro de la fe cristiana. Todas las filosofías que lo ignoran, considerándolo "necedad" (1 Co 1, 23), muestran sus límites ante las grandes preguntas presentes en el corazón del hombre. Por ello, también yo, como Sucesor del apóstol Pedro, deseo confirmaros en la fe (cf. Lc 22, 32). Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión, soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos reconcilió con Dios Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna. De este modo, hemos sido liberados de lo que más atenaza nuestra vida: la esclavitud del pecado, y podemos amar a todos, incluso a los enemigos, y compartir este amor con los hermanos más pobres y en dificultad.

Queridos amigos, la cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la negación de la vida. En realidad, es lo contrario. Es el "sí" de Dios al hombre, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. De hecho, del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre disponible para quien acepta mirar al Crucificado. Por eso, quiero invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva. Sin Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Sólo Él puede liberar al mundo del mal y hacer crecer el Reino de la justicia, la paz y el amor, al que todos aspiramos.

4. CREER EN JESUCRISTO SIN VERLO

En el Evangelio se nos describe la experiencia de fe del apóstol Tomás cuando acoge el misterio de la cruz y resurrección de Cristo. Tomás, uno de los doce apóstoles, siguió a Jesús, fue testigo directo de sus curaciones y milagros, escuchó sus palabras, vivió el desconcierto ante su muerte. En la tarde de Pascua, el Señor se aparece a los discípulos, pero Tomás no está presente, y cuando le cuentan que Jesús está vivo y se les ha aparecido, dice: « Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo » (Jn 20, 25).

También nosotros quisiéramos poder ver a Jesús, poder hablar con Él, sentir más intensamente aún su presencia. A muchos se les hace hoy difícil el acceso a Jesús. Muchas de las imágenes que circulan de Jesús, y que se hacen pasar por científicas, le quitan su grandeza y la singularidad de su persona. Por ello, a lo largo de mis años de estudio y meditación, fui madurando la idea de transmitir en un libro algo de mi encuentro personal con Jesús, para ayudar de alguna forma a ver, escuchar y tocar al Señor, en quien Dios nos ha salido al encuentro para darse a conocer. De hecho, Jesús mismo, apareciéndose nuevamente a los discípulos después de ocho días, dice a Tomás: « Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente » (Jn 20, 27). También para nosotros es posible tener un contacto sensible con Jesús, meter, por así decir, la mano en las señales de su Pasión, las señales de su amor. En los Sacramentos, Él se nos acerca en modo particular, se nos entrega. Queridos jóvenes, aprended a "ver", a "encontrar" a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano hasta entregarse como alimento para nuestro camino; en el Sacramento de la Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia ofreciéndonos siempre su perdón. Reconoced y servid a Jesús también en los pobres y enfermos, en los hermanos que están en dificultad y necesitan ayuda.

Entablad y cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica; hablad con Él en la oración, confiad en Él. Nunca os traicionará. « La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado » (Catecismo de la Iglesia Católica, 150). Así podréis adquirir una fe madura, sólida, que no se funda únicamente en un sentimiento religioso o en un vago recuerdo del catecismo de vuestra infancia. Podréis conocer a Dios y vivir auténticamente de Él, como el apóstol Tomás, cuando profesó abiertamente su fe en Jesús: « ¡Señor mío y Dios mío! ».

5. SOSTENIDOS POR LA FE DE LA IGLESIA, PARA SER TESTIGOS
En aquel momento Jesús exclama: « ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto » (Jn 20, 29). Pensaba en el camino de la Iglesia, fundada sobre la fe de los testigos oculares: los Apóstoles. Comprendemos ahora que nuestra fe personal en Cristo, nacida del diálogo con Él, está vinculada a la fe de la Iglesia: no somos creyentes aislados, sino que, mediante el Bautismo, somos miembros de esta gran familia, y es la fe profesada por la Iglesia la que asegura nuestra fe personal. El Credo que proclamamos cada domingo en la Eucaristía nos protege precisamente del peligro de creer en un Dios que no es el que Jesús nos ha revelado: « Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros » (Catecismo de la Iglesia Católica, 166). Agradezcamos siempre al Señor el don de la Iglesia; ella nos hace progresar con seguridad en la fe, que nos da la verdadera vida (cf. Jn 20, 31).

En la historia de la Iglesia, los santos y mártires han sacado de la cruz gloriosa la fuerza para ser fieles a Dios hasta la entrega de sí mismos; en la fe han encontrado la fuerza para vencer las propias debilidades y superar toda adversidad. De hecho, como dice el apóstol Juan: « ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? » (1 Jn 5, 5). La victoria que nace de la fe es la del amor. Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás. En la era de la globalización, sed testigos de la esperanza cristiana en el mundo entero: son muchos los que desean recibir esta esperanza. Ante la tumba del amigo Lázaro, muerto desde hacía cuatro días, Jesús, antes de volver a llamarlo a la vida, le dice a su hermana Marta: « Si crees, verás la gloria de Dios » (Jn 11, 40). También vosotros, si creéis, si sabéis vivir y dar cada día testimonio de vuestra fe, seréis un instrumento que ayudará a otros jóvenes como vosotros a encontrar el sentido y la alegría de la vida, que nace del encuentro con Cristo.

6. HACIA LA JORNADA MUNDIAL DE MADRID
Queridos amigos, os reitero la invitación a asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Con profunda alegría, os espero a cada uno personalmente. Cristo quiere afianzaros en la fe por medio de la Iglesia. La elección de creer en Cristo y de seguirle no es fácil. Se ve obstaculizada por nuestras infidelidades personales y por muchas voces que nos sugieren vías más fáciles. No os desaniméis, buscad más bien el apoyo de la comunidad cristiana, el apoyo de la Iglesia. A lo largo de este año, preparaos intensamente para la cita de Madrid con vuestros obispos, sacerdotes y responsables de la pastoral juvenil en las diócesis, en las comunidades parroquiales, en las asociaciones y los movimientos. La calidad de nuestro encuentro dependerá, sobre todo, de la preparación espiritual, de la oración, de la escucha en común de la Palabra de Dios y del apoyo recíproco.

Queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con vosotros. Necesita vuestra fe viva, vuestra caridad creativa y el dinamismo de vuestra esperanza. Vuestra presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da un nuevo impulso. Por ello, las Jornadas Mundiales de la Juventud son una gracia no sólo para vosotros, sino para todo el Pueblo de Dios. La Iglesia en España se está preparando intensamente para acogeros y vivir la experiencia gozosa de la fe. Agradezco a las diócesis, las parroquias, los santuarios, las comunidades religiosas, las asociaciones y los movimientos eclesiales, que están trabajando con generosidad en la preparación de este evento. El Señor no dejará de bendecirles. Que la Virgen María acompañe este camino de preparación. Ella, al anuncio del Ángel, acogió con fe la Palabra de Dios; con fe consintió que la obra de Dios se cumpliera en ella. Pronunciando su "fiat", su "sí", recibió el don de una caridad inmensa, que la impulsó a entregarse enteramente a Dios. Que Ella interceda por todos vosotros, para que en la próxima Jornada Mundial podáis crecer en la fe y en el amor. Os aseguro mi recuerdo paterno en la oración y os bendigo de corazón.

Vaticano, 6 de agosto de 2010

Benedictus PP. XVI

FUENTES:
● © 2010-2011 · Comité organizador de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011 Arzobispado de Madrid.

● © 2010-2011 · Vatican.va Libreria Editrice Vaticana.

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